
(English version below)
En las olimpiadas de Montreal de 1976, la gimnasta rumana de 14 años, Nadia Comăneci, consigue por primera vez en la historia la puntuación perfecta de 10,00 en barras asimétricas. Dado que el marcador olímpico por entonces solo tenía la capacidad de mostrar tres dígitos, la puntuación que se mostró tras el ejercicio de Comăneci fue 1,00 generando desconcierto entre los atletas y el público asistente. Tras unos momentos de confusión, el jurado aclaró que la gimnasta había realizado un ejercicio perfecto obteniendo la máxima puntuación.
La firma de relojes suizos Omega, patrocinadores de aquellas olimpiadas, había consultado a los organizadores de las pruebas y estos les habían dicho que tres cifras serían suficientes para los marcadores, pues nadie había conseguido nunca pasar de 9,99. En aquellas olimpiadas Nadia Comăneci conseguiría un total de siete dieces perfectos ingresando de esta forma en el olimpo de los mejores gimnastas de la historia.
Posteriormente Comăneci protagonizaría además otro acto que se antoja fuertemente significativo, al huir a Estados Unidos en 1989, pocas semanas antes del derrocamiento del régimen de Ceausescu.
La exposición PERFECT 10 gira en torno a la idea del cuerpo en el postcapitalismo. En este sentido la imagen del deporte se nos impone como ideal simbólico a seguir en nuestro competitivo mundo globalizado. La constante apelación a superarse uno mismo y a conseguir nuevos objetivos cada día, el impedimento moral de malgastar nuestro tiempo sin ningún propósito, o la obligación de ser cada vez más rentables en parcelas de nuestras vidas como el trabajo, el amor o el sexo, definen los parámetros básicos en los que se mueven los valores dominantes.
Fue tras la Segunda Guerra Mundial cuando la ética protestante se vio recuperada a escala individual de manera acelerada. Desde entonces gobierna de forma masiva la relación que los hombres y mujeres mantienen con sus cuerpos, con sus pasiones, con sus vidas, que deben economizar a toda costa. Todos nuestros movimientos deben tener un propósito, deben estar dirigidos a conseguir una meta, a hacer carrera, conseguir el diez perfecto, no nos está permitido tirar la toalla. Debemos tratar al cuerpo como una máquina a la que hay que entrenar, reparar, engrasar y dar descanso. Y lo más importante, debemos hacerlo visible, público y compartible.
La imagen de este ideal flota por todas partes en nuestro imaginario, fundida bajo la apariencia anodina de lo normal, lo adecuado, lo que “se” hace. Frente a esta laxa fluidez el glitch toma posición y genera un estado alterado. Según la Wikipedia un glitch en el ámbito de la informática o los videojuegos es un error que, al no afectar negativamente al rendimiento, jugabilidad o estabilidad del programa o juego en cuestión, no puede considerarse un bug o fallo, sino más bien una característica no prevista. En este sentido el glitch significa una rotura en un sistema cerrado, pero no una tan grande como para echarlo abajo, más bien una rotura que nos permite ver el armazón con el que ha sido construido, el armazón de ese marcador que nunca estará preparado para marcar un Perfect 10.
At the Montréal Olympics of 1976, Nadia Comăneci, a fourteen-year-old Romanian gymnast, performed a routine on the uneven bars which was awarded a perfect 10.00. This was the first perfect score ever achieved in history. At the time, the Olympic scoreboard was only able to display three digits, so, to the puzzlement of the crowd, the figure displayed for Comăneci was 1.00. After some confusion, the judges made clear that the gymnast had performed a perfect exercise, and was hence entitled to a perfect score.
The Swiss watchmaker Omega, one of the sponsors of the Olympiad, had consulted the organisers and been told that three digits would be enough for the scoreboards, because nobody had ever exceeded a score of 9.99. At those Olympic Games, Nadia Comăneci achieved a total of seven perfect 10s, and has since been hailed as one of the best gymnasts in history. Later, she left her mark in a quite different but equally significant way: in 1989, just weeks before the overthrow of the Ceausescu regime, she defected to the United States.
The exhibition PERFECT 10 revolves around the idea of the body in the postcapitalist age. The milieu of sport is laid before us as a symbolic ideal to be followed in our competitive globalised world. There is a constant appeal to improve oneself and achieve new goals every day. It is morally suspect to waste our time to no purpose; we are under a duty to extract an increasing return from every aspect of our lives – work, love, sex – and this sets the parameters of our predominant values.
After the Second World War, the Protestant work ethic was powerfully revived at the scale of the individual. That ethic has ever since established a mass rule over men and women: in their relationship with their bodies, their passions, and their lives, which they must economise at all costs. All our movements must have an end in mind; they must be directed to achieving a goal, making progress in a career, winning the perfect 10. We are not allowed to throw in the towel. We are to treat our body like a machine, which needs to be trained, repaired, suitably greased, appropriately rested. And, above all, we must do this in a shared fashion: visibly, publicly.
This ideal pervades our entire imagination, fusing with the ordinary, the expected, “the done thing”. As against that formlessness, the “glitch” stands in a given position and creates an altered state. According to Wikipedia, a “glitch” in a computer program or a videogame is an error that, as it does little to detract from the performance, playability or stability of the app or the game, falls short of being a bug or fault – it is just an unexpected feature. So a glitch is a break in a closed system. But it is not big enough to bring the system down. Rather, it creates a crack that lets us glimpse the inner structure. The inner workings of that scoreboard which will never be ready to display a perfect 10.